A pesar de todo, Moloch sigue mandando...
Muerte en las Hogueras
Todo en la guerra es espantoso, pero hay acontecimientos que por un motivo u otro causan más horror que otros. De la segunda guerra mundial uno de los relatos que más me han impresionado ha sido el bombardeo de la ciudad alemana de Dresde por los aviones aliados. Creo que fueron más de seiscientos los que descargaron sobre la indefensa ciudad, que no era objetivo militar ni siquiera nudo de comunicaciones, toneladas y más toneladas de bombas de fósforo que incendiaron la ciudad joya del arte barroco, una de las más bellas de Europa, causando más de doscientos mil muertos. Murieron quemados, y los que se lanzaron al río esperando así salvarse murieron hervidos por el agua calentada a más de cien grados por las bombas incendiarias. El acto fue tan horroroso que en la propia Inglaterra se han publicado libros calificándolo de crimen contra la humanidad, y eso que los aviones, en su mayor parle, eran británicos. Por supuesto, como los que causaron este cruento e inútil desastre pertenecían al bando de los vencedores no hubo ningún Nuremberg para ellos.Todo esto me viene a la memoria recordando los centenares o millares de individuos que han muerto en la hoguera condenados por una bárbara justicia.
El hecho de ver quemar vivo a un semejante era, en siglos pasados, un espectáculo popular. Pero no nos escandalicemos demasiado, pues las ejecuciones perduraron en muchos países, siendo públicas. En la civilizada Francia la última ejecución pública tuvo lugar en 1939. Al acto asistían multitud de curiosos, desde haraposos mendigos hasta damas en traje de noche y caballeros de esmoquin que salían de correrse una noche de juerga en las boites de lujo, degenerados de toda especie que iban a gozar viendo cómo se guillotinaba a un criminal. Lo que antes era el fuego ahora era la sangre que se desprendía de la cuchilla la que hacía babear a esos insensatos.
La condena a muerte por el fuego tiene orígenes tan antiguos como la humanidad. Los cananeos, llamados fenicios por los griegos, tenían varios dioses, el principal de los cuales era Baal, que significa señor. Cada pueblo, ciudad o villa tenía su Baal particular, el más importante de los cuales era el de Tiro, al que se lo llamaba Baal Melkart, al que los cananeos ofrecían el primer hijo. Este sacrificio se llamaba Molek, por ello los hebreos dieron el nombre de Moloch al dios cananeo. Los niños sacrificados eran arrojados vivos a una gran hoguera. Por ello en la Biblia (Levítico 18:21) se prescribe: -No darás hijo tuyo para ser ofrendado a Moloch, no profanarás el nombre de tu Dios-, pero por otra parte en el mismo libro (21:9) se lee: -Si la hija de un sacerdote se profana prostituyéndose profana a su padre y será quemada en el fuego- y (20:14) -si uno toma por mujeres la hija y la madre es un crimen abominable, serán quemados él y ella para que no se dé entre vosotros crimen semejante-.
Los cartagineses, como sus antepasados los cananeos, inmolaban niños a sus dioses. Diodoro Sículo explicaba que había visto una estatua gigantesca de Baal en bronce que tenía las manos tendidas hacia adelante y ligeramente inclinadas hacia la tierra. En ellas se depositaban los niños que resbalaban y caían en una gran hoguera que ardía ante la estatua. Los niños así sacrificados eran divinizados de manera que los padres no podían lamentarse. Músicos con flautas y tambores acompañaban la ceremonia y las madres iban a entregar sus hijos al sacerdote para que fuesen sacrificados.
Parece ser que estos sacrificios fueron desapareciendo con el tiempo, pero, cuando el año 310 a. de J.C. el tirano de Siracusa Agatocles sitió la ciudad, escribe Diodoro Sículo que creyeron los cartagineses que su dios les era hostil. «En efecto, aquellos que antes sacrificaban al dios los mejores de sus hijos compraban secretamente niños que alimentaban y después enviaban al sacrificio. Se descubrió que muchos niños sacrificadós lo habían sido en lugar de otros, y considerando estas cosas y viendo al enemigo acampado ante sus murallas tuvieron el temor de haber descuidado los honores tradicionales debidos al dios. Para reparar el error escogieron doscientos niños de los de mejor familia y los sacrificaron en nombre del Estado.
Incluso bajo la dominación romana los fenicios continuaron sacrificando niños, pero los romanos condenaron la costumbre y ordenaron crucificar a los que continuasen haciéndolo.
En el antiguo México los sacrificios humanos eran cosa corriente. En general las víctimas eran llevadas a la cumbre del Teocali, o pirámide escalonada que servía de altar a los dioses, y allí, con un cuchillo de obsidiana, se les abría el pecho y se ofrecía al dios del Sol los corazones aún palpitantes. Se hacían otros sacrificios a otros dioses y así se ahogaba a niños en honor al dios de la Lluvia y se quemaba a prisioneros o esclavos en honor del dios del Fuego. Las crónicas indígenas indican que a veces los sacrificios humanos llegaron a ser veinte mil en una sola sesión. Los sacerdotes cansados fueron sustituidos por otros y la sangre corría como un torrente por las gradas de la pirámide. Se comprende que los conquistadores españoles creyesen ver en los aztecas la encarnación del demonio. Y eso teniendo en cuenta que era una de las más adelantadas civilizaciones del Nuevo Mundo.
En el mundo cristiano hay una palabra que se une generalmente al suplicio de la hoguera. Una historiadora francesa, Chantal Alexakis, dice en su libro Les Bachers de l'historie: «La caza de brujas que hizo quemar del siglo XV al XVII a decenas de miles de acusadas en Inglaterra, en Alemania y en Francia, principalmente fue mucho más mortífera que no lo fue la Inquisición española, que tiene tan mala reputación.
La palabra Inquisición nos hace pensar en un tribunal siniestro y cruel que. no tenía otra misión que la de atemorizar brutalmente a hombres y mujeres de cualquier condición. Si hay una leyenda negra sobre este tribunal en la que se le atribuyen toda suerte de martirios, crímenes, suplicios y ejecuciones, otra leyenda hay, ésta blanca, que nos la presenta como un tribunal justo y ecuánime. Ni tanto ni tan calvo. La Inquisición era un tribunal, en su origen, encargado por la Iglesia católica para perseguir la herejía y eliminarla en lo posible. Guy Mollat, en su introducción al manual del inquisidor de Bernard Gui, célebre inquisidor del siglo XV, dice: -La herejía es un crimen de lesa majestad divina que consiste en el rechazo consciente de un dogma o en la firme adhesión a una secta cuyas doctrinas han sido condenadas por la Iglesia como contrarias a la fe-. Pero lo que empezó siendo un tribunal religioso fue al final un servidor del poder civil.
Pero antes de ser creada la Inquisición ya se habían perseguido por parte de los poderes establecidos a herejes o brujas. Si en 1252 el papa Inocencio II erigía el sistema de la represión contra los herejes con la bula Ad extirpanda, el rey de Francia Roberto el Piadoso, que reinó a fines del siglo x, hizo quemar por herejía a tres canónigos de la Iglesia de Santa Cruz de Orleans, y en Inglaterra, en el siglo XII, el rey Enrique II hizo marcar con hierro candente la frente de los herejes flamencos que huían de la represión de su país.
Por Carlos Fisas, en el libro "Historias de la Historia" quinta serie, de la editorial Planeta
Extractado de la Pagina del Conocimiento de Martín Cagliani
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martes, octubre 28, 2003
miércoles, octubre 22, 2003
Sera para tanto............
Un chancho preso por hacer teatro
Continental - RH Positivo - 22/10/2003 12:10
José María Muscari - Autor, actor y director de teatro ) ))
- “Nosotros hacemos un espectáculo que se llama Catch, en el Centro Cultural Adán Buenos Aires, en el Parque Chacabuco los sábados a la noche”. -“El espectáculo comenzó hace mas o menos tres meses. (...) En el espectáculo hay un chancho. Nosotros compramos un chancho de bebé, lo alimentamos, lo cuidamos, y al chancho se lo comenzó a tratar como un perro. (...) Con un trato que no suele tener, hasta que aparecieron denuncias de los vecinos, que decían que no podía ser que esté en cautiverio. (...) Al chancho se le había armado un chiquero. Vino la Policía y de muy mala gana se llevó preso al chancho, y esto no es ironía. Se lo llevaron a un calabozo. Se llevaron también a una persona del Centro Cultural del Parque Chacabuco, porque yo no estaba. Después se comprobó que el chancho estaba en excelente estado, pero igual la ley dispuso que el chancho no podía participar en un espectáculo, y se la dieron a un campo, en donde el chancho está siendo alimentado para después ser matado y comido”. -“El chancho era un chancho que se le compró de chico, y se le hizo todo un tratamiento. Un adiestramiento. (...)Acá hay algo que es lo que marca la ley en general. (...) Estamos mal de la cabeza, desde el punto de que parece una película de Almodóvar, en donde el chancho estuvo preso por un día en un calabozo con la secretaria del Centro Cultural que estaba cuidándolo. (...) El chancho se lo dimos al lugar adonde nosotros se lo íbamos a regalar inicialmente que es a A.D.A., la Defensoría del Animal. Que lo va a regalar a un campo, porque en A.D.A después de un tiempo lo sacrifican. (...) Ahora hay una situación en donde hay una escena que es una lucha de barro entre dos actrices y el chancho estaba ahí, pero ahora no está mas”. -“Este sábado es la última función del espectáculo”.
Continental - RH Positivo - 22/10/2003 12:10
José María Muscari - Autor, actor y director de teatro ) ))
- “Nosotros hacemos un espectáculo que se llama Catch, en el Centro Cultural Adán Buenos Aires, en el Parque Chacabuco los sábados a la noche”. -“El espectáculo comenzó hace mas o menos tres meses. (...) En el espectáculo hay un chancho. Nosotros compramos un chancho de bebé, lo alimentamos, lo cuidamos, y al chancho se lo comenzó a tratar como un perro. (...) Con un trato que no suele tener, hasta que aparecieron denuncias de los vecinos, que decían que no podía ser que esté en cautiverio. (...) Al chancho se le había armado un chiquero. Vino la Policía y de muy mala gana se llevó preso al chancho, y esto no es ironía. Se lo llevaron a un calabozo. Se llevaron también a una persona del Centro Cultural del Parque Chacabuco, porque yo no estaba. Después se comprobó que el chancho estaba en excelente estado, pero igual la ley dispuso que el chancho no podía participar en un espectáculo, y se la dieron a un campo, en donde el chancho está siendo alimentado para después ser matado y comido”. -“El chancho era un chancho que se le compró de chico, y se le hizo todo un tratamiento. Un adiestramiento. (...)Acá hay algo que es lo que marca la ley en general. (...) Estamos mal de la cabeza, desde el punto de que parece una película de Almodóvar, en donde el chancho estuvo preso por un día en un calabozo con la secretaria del Centro Cultural que estaba cuidándolo. (...) El chancho se lo dimos al lugar adonde nosotros se lo íbamos a regalar inicialmente que es a A.D.A., la Defensoría del Animal. Que lo va a regalar a un campo, porque en A.D.A después de un tiempo lo sacrifican. (...) Ahora hay una situación en donde hay una escena que es una lucha de barro entre dos actrices y el chancho estaba ahí, pero ahora no está mas”. -“Este sábado es la última función del espectáculo”.
miércoles, octubre 15, 2003
Confianza, tenacidad y continuidad.
Y quién pone la plata?
Por Enrique M. Martínez*
Hemos criticado desde hace mucho tiempo el error y a la vez el nefasto efecto cultural que representa vincular la posibilidad de desarrollo de un país a la búsqueda de "inversores", a los que debería seducirse con climas de negocios auspiciosos. Esa forma de pensar simplifica el problema de instalar un nuevo emprendimiento, eliminando mágicamente la necesidad de contar con una tecnología productiva, con una población que tenga capacidad de comprar los bienes a producir, con sistemas financieros e impositivos de fomento para quienes tengan ideas y capacidades, pero tengan poco capital.
Bastaría buscar quienes tengan dinero y mimarlos y eso debería ser suficiente para que todos estemos mejor.
Esta ideología -la de los 90- es un tributo a la hegemonía del capital financiero sobre toda otra expresión de la vida comunitaria, es maniquea y totalmente contraria a los intereses del mundo periférico.
El desafío es construir confianza para que nuestra gente recorra otro sendero. Este debe partir de identificar necesidades internas o externas a satisfacer; luego acopiar todo el conocimiento necesario para llevar a cabo el emprendimiento y finalmente buscar el capital necesario. Todo esto implementado en un marco de apoyo amplio del Estado a las iniciativas productivas. Si se construye confianza en este camino y se lo recorre con tenacidad y continuidad, aparecerán muchos más proyectos que apuntalen un crecimiento. Una pequeña muestra de ello son los ejemplos que se describen en este número de Saber Cómo sobre el diseño integral de un nuevo colectivo y sobre la producción de aceites esenciales.
De cualquier modo, cuando esta actitud gane en presencia y se acumulen los proyectos, se necesitará capital. ¿Quién lo pondrá?
Deberíamos aquí hacer un esfuerzo adicional, buscando alejar los clichés del pasado. Es cierto que hay grandes capitales girando por el mundo, buscando espacios de inversión. Pero se trata, no de capitales productivos, sino de capitales financieros, cuya lógica implica maximizar su rentabilidad, minimizando los plazos de retorno y los riesgos de la inversión; esto los torna volátiles, cobardes e infieles, desapegados de las incertidumbres y los tiempos de maduración de los desarrollos productivos. Muchos de ellos tienen su origen en la acumulación de ahorros de la clase media del mundo central y son administrados por bancos y entidades similares, buscando la renta que generan los estados deudores o las acciones, además, por supuesto, de invertir en sus propios países. Según William Greider, en The Nation, el 60 por ciento del capital de las 1000 mayores corporaciones norteamericanas es propiedad de estos fondos que, por supuesto son administrados por gerentes con aptitud y actitud financiera, sin siquiera consultar o evaluar las preferencias de sus aportantes. Los pequeños y medianos ahorristas, como una multitud de gotas de mercurio, se aglutinan en gigantescos fondos, que no controlan, pero les dan una contención rentable.
La Argentina, como sabemos, ha sufrido la cruel paradoja de convocar a capitales financieros internacionales para cubrir nuestros déficit y simultáneamente soportar la sangría de más de 150 mil millones de dólares que se depositaron en el exterior. Esta descomunal pérdida de capacidad de inversión productiva es explicada esencialmente por la desconfianza y el descreimiento en un destino común para todos los argentinos. Hasta el propio actual Presidente de la República, decidió seguir precautoriamente ese camino, por esos motivos, en tiempos en que era responsable de administrar excedentes públicos de la provincia de Santa Cruz. La pregunta clave, para el crecimiento y hasta para la reconstrucción de una Argentina con destino común es: ¿Cómo construir un mecanismo que brinde seguridad jurídica a quienes se llevaron su dinero, pero los induzca con fuerza a invertirlo productivamente en el país? ¿Cómo hacerlo cuando hay antecedentes tan duros y tan recientes en sentido inverso?
No es que quiera enlazar la luna, planteando utopías dentro de la utopía.
Quiero centrar nuestro dilema, porque estoy convencido que el clamor lloroso y mendicante por la llegada de inversores, al uso de los comunicadores de los 80 y los 90, es una aberración. Pero para reemplazarlo por un planteo coherente, nuestros compatriotas deben creer que aquí está su futuro y el de sus descendientes y deben, en consecuencia, invertir su dinero en el país.
Hoy no tenemos la respuesta. Tenemos, eso sí, la convicción profunda que la pregunta no se puede eludir más y seguir considerándonos una curiosidad en el mundo, que pide y fuga dinero en cantidades equivalentes.
Esta edición de Saber Cómo da ejemplos de desarrollos. Serán realidad efectiva si alguien pone la plata.
* Presidente del INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial)
Por Enrique M. Martínez*
Hemos criticado desde hace mucho tiempo el error y a la vez el nefasto efecto cultural que representa vincular la posibilidad de desarrollo de un país a la búsqueda de "inversores", a los que debería seducirse con climas de negocios auspiciosos. Esa forma de pensar simplifica el problema de instalar un nuevo emprendimiento, eliminando mágicamente la necesidad de contar con una tecnología productiva, con una población que tenga capacidad de comprar los bienes a producir, con sistemas financieros e impositivos de fomento para quienes tengan ideas y capacidades, pero tengan poco capital.
Bastaría buscar quienes tengan dinero y mimarlos y eso debería ser suficiente para que todos estemos mejor.
Esta ideología -la de los 90- es un tributo a la hegemonía del capital financiero sobre toda otra expresión de la vida comunitaria, es maniquea y totalmente contraria a los intereses del mundo periférico.
El desafío es construir confianza para que nuestra gente recorra otro sendero. Este debe partir de identificar necesidades internas o externas a satisfacer; luego acopiar todo el conocimiento necesario para llevar a cabo el emprendimiento y finalmente buscar el capital necesario. Todo esto implementado en un marco de apoyo amplio del Estado a las iniciativas productivas. Si se construye confianza en este camino y se lo recorre con tenacidad y continuidad, aparecerán muchos más proyectos que apuntalen un crecimiento. Una pequeña muestra de ello son los ejemplos que se describen en este número de Saber Cómo sobre el diseño integral de un nuevo colectivo y sobre la producción de aceites esenciales.
De cualquier modo, cuando esta actitud gane en presencia y se acumulen los proyectos, se necesitará capital. ¿Quién lo pondrá?
Deberíamos aquí hacer un esfuerzo adicional, buscando alejar los clichés del pasado. Es cierto que hay grandes capitales girando por el mundo, buscando espacios de inversión. Pero se trata, no de capitales productivos, sino de capitales financieros, cuya lógica implica maximizar su rentabilidad, minimizando los plazos de retorno y los riesgos de la inversión; esto los torna volátiles, cobardes e infieles, desapegados de las incertidumbres y los tiempos de maduración de los desarrollos productivos. Muchos de ellos tienen su origen en la acumulación de ahorros de la clase media del mundo central y son administrados por bancos y entidades similares, buscando la renta que generan los estados deudores o las acciones, además, por supuesto, de invertir en sus propios países. Según William Greider, en The Nation, el 60 por ciento del capital de las 1000 mayores corporaciones norteamericanas es propiedad de estos fondos que, por supuesto son administrados por gerentes con aptitud y actitud financiera, sin siquiera consultar o evaluar las preferencias de sus aportantes. Los pequeños y medianos ahorristas, como una multitud de gotas de mercurio, se aglutinan en gigantescos fondos, que no controlan, pero les dan una contención rentable.
La Argentina, como sabemos, ha sufrido la cruel paradoja de convocar a capitales financieros internacionales para cubrir nuestros déficit y simultáneamente soportar la sangría de más de 150 mil millones de dólares que se depositaron en el exterior. Esta descomunal pérdida de capacidad de inversión productiva es explicada esencialmente por la desconfianza y el descreimiento en un destino común para todos los argentinos. Hasta el propio actual Presidente de la República, decidió seguir precautoriamente ese camino, por esos motivos, en tiempos en que era responsable de administrar excedentes públicos de la provincia de Santa Cruz. La pregunta clave, para el crecimiento y hasta para la reconstrucción de una Argentina con destino común es: ¿Cómo construir un mecanismo que brinde seguridad jurídica a quienes se llevaron su dinero, pero los induzca con fuerza a invertirlo productivamente en el país? ¿Cómo hacerlo cuando hay antecedentes tan duros y tan recientes en sentido inverso?
No es que quiera enlazar la luna, planteando utopías dentro de la utopía.
Quiero centrar nuestro dilema, porque estoy convencido que el clamor lloroso y mendicante por la llegada de inversores, al uso de los comunicadores de los 80 y los 90, es una aberración. Pero para reemplazarlo por un planteo coherente, nuestros compatriotas deben creer que aquí está su futuro y el de sus descendientes y deben, en consecuencia, invertir su dinero en el país.
Hoy no tenemos la respuesta. Tenemos, eso sí, la convicción profunda que la pregunta no se puede eludir más y seguir considerándonos una curiosidad en el mundo, que pide y fuga dinero en cantidades equivalentes.
Esta edición de Saber Cómo da ejemplos de desarrollos. Serán realidad efectiva si alguien pone la plata.
* Presidente del INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial)
martes, octubre 14, 2003
Haganse cargo, ya es hora...
ANALFABETO POLITICO
El peor analfabeto es el analfabeto político.
Él no ve, no habla, no participa de los acontecimientos políticos.
El no sabe que el costo de la vida, el precio del poroto,
del pescado, de la harina, del alquiler, del calzado o
del remedio, dependen de decisiones políticas.
El analfabeto político es tan ignorante que se enorgullece
e hincha el pecho diciendo que odia la política:
no sabe que de su ignorancia política nacen la prostituta,
el menor abandonado, el asaltante y el peor de todos los ladrones,
que es el político corrupto: lacayo de las empresas nacionales y multinacionales".
BERTOLT BRECHT ( poeta y dramaturgo alemán; 1898-1956)
El peor analfabeto es el analfabeto político.
Él no ve, no habla, no participa de los acontecimientos políticos.
El no sabe que el costo de la vida, el precio del poroto,
del pescado, de la harina, del alquiler, del calzado o
del remedio, dependen de decisiones políticas.
El analfabeto político es tan ignorante que se enorgullece
e hincha el pecho diciendo que odia la política:
no sabe que de su ignorancia política nacen la prostituta,
el menor abandonado, el asaltante y el peor de todos los ladrones,
que es el político corrupto: lacayo de las empresas nacionales y multinacionales".
BERTOLT BRECHT ( poeta y dramaturgo alemán; 1898-1956)
Y a ustedes que les parece ?
América para los americanos
( publicado en el periódico Página 12 del 14/10/2003 )
Por Leonardo Moledo
Dos días después del 12 de octubre, que todavía lleva el repugnante nombre de “Día de la Raza” (¿de qué “raza”?, ¿de la raza española y “civilizadora”?) conviene recordar algunas fechas.
Año 1000.En el verano del año 986, el navegante vikingo Bjarni Herjolfsson, que viajaba de Islandia a Groenlandia, fue envuelto por la niebla y perdió la orientación, hasta que al fin avistó “una tierra llana y cubierta de bosques”: fue la primera mirada que un europeo dirigió al continente americano. Catorce años después, Leif Eriksson, hijo de Eric el Rojo, se embarcó para encontrar la tierra de Bjarni y, tras navegar hacia el oeste, se topó con un paraje atractivo para invernar al que llamó “Vinland” o “tierra del vino” debido a la abundancia de uvas. Ese fue el primer desembarco europeo en América. Poco después, se estableció una colonia, que no prosperó más allá del año 1020, cuando los conflictos con los “skraelings” (nativos, indios o esquimales) y los problemas internos obligaron a levantarla. La colonización quedó en el olvido y no hubo más viajes vikingos a América.
1492. Colón inicia su viaje hacia las Indias, después de haber manipulado los datos hasta llegar a la conclusión de que la distancia entre Europa y Japón era de unos 4500 kilómetros (en realidad es de 19.500). Sólo la suerte evita que se pierda en el mar.
1492. 12 de octubre (por la mañana) Desembarca y toma posesión de todas esas tierras “descubiertas”, donde vivían alrededor de 90 millones de personas que por lo visto no habían descubierto el territorio en el que vivían. América había estado habitada desde hacía por lo menos doce mil años.
1492. 12 de octubre (por la noche)
Colón escribe en su diario que los nativos que lo habían recibido les habían traído toda clase de regalos, eran amables y “buenos para servir”. 1492. 14 de octubre. Colón escribe nuevamente en su diario: “hice tomar siete para les llevar y aprender nuestra lengua y volverlos, salvo que vuestras Majestades dispongan todos llevar a Castilla, o tenerlos en la misma isla cautivos, porque con 50 hombres los tendrá todos sojuzgados y les hará hacer todo lo que quisiese”.
1498. Colón emprende su tercer viaje. Emperrado en que las tierras a las que llegó eran las Indias, sus habitantes serán llamados en consecuencia “indios”, las Leyes de Indias, y así siguiendo.
1502. El humanista florentino Américo Vespucio, navegando las costas americanas (que todavía no se llamaban así) comprende que se trata de un nuevo continente. Naturalmente, no tenía nada de nuevo. Se había formado al mismo tiempo que todos los demás.
1507 Martin Waldseemüller (1470-1518), un clérigo alemán, publica un pequeño volumen geográfico de 103 páginas titulado Cosmographiae Introductio, que además de los principios generales de la geografía ofrece una novedad sensacional: “Ha sido descubierta una cuarta parte del mundo por Américo Vespucio. Puesto que Europa y Asia recibieron nombres de mujeres, no veo ninguna razón para no llamar a esta parte del mundo la tierra de Américo o América, por su descubridor, un hombre de gran talento”. El libro se hizo muy popular y el nuevo nombre América prendió. Cuando Waldseemüller se enteró de que Vespucio no había sido el verdadero “descubridor”, ya era tarde.
1550. En julio el emperador Carlos V convoca a una reunión de teólogos y consejeros para decidir sobre la condición humana de los indios. El primer día el doctor Juan Ginés de Sepúlveda, erudito humanista que sostenía que era justo luchar contra los indios y esclavizarlos, resume su posición: “Del mismo modo que los niños son inferiores a los adultos, las mujeres a los hombres y los monos a los seres humanos, los indios son naturalmente inferiores a los españoles (...) ¿Cómo podemos dudar de que esas gentestan bárbaras, contaminadas con tantas impiedades y obscenidades, han sido justamente conquistadas por un rey excelente, piadoso y justísimo?”. Le contesta Bartolomé de Las Casas. El consejo no llega a ninguna conclusión. 1566. Muere Bartolomé de Las Casas a los 92 años de edad, y deja instrucciones de que su Historia Completa de Indias no se publique hasta pasados 40 años de su muerte, “para que si Dios decide destruir España, se sepa que es a causa de la destrucción que hemos llevado a cabo en las Indias y su justa razón para hacerlo se manifieste claramente”.
1642. Se calcula que en los primeros 150 años de colonia, de los 70 millones de habitantes que tenía el continente, la población se había reducido a la décima parte; espada, viruela, sífilis, trabajos forzosos y hogueras. Esto significa quinientos mil muertos por año, mil muertos por día durante 150 años. En esos 150 años se enviaron a España, según las cifras oficiales, 185 mil kilos de oro y 17 millones de kilos de plata pura.
2003. La verdad es que todo en relación al continente americano está rodeado por la confusión: fueron los vikingos y no Colón los primeros europeos en llegar a estas costas. Colón llegó, pero nunca comprendió que había llegado. Los nativos fueron llamados indios por la India. Por error, el nuevo continente lleva el nombre de Américo Vespucio, que no lo “descubrió”. Pero el nuevo continente no era nuevo sino para quienes no vivían en él, y en consecuencia no podía ser “descubierto” por nadie. La gesta civilizadora y “evangelizadora” no fue más que una conquista sangrienta, un genocidio, e implicó la esclavización en masa. Y como si fuera poco, a esta confusión de nombres y de calificativos los habitantes del país dominante del continente (y ahora del mundo), se apropiaron del gentilicio, llamándose (y siendo llamados) “americanos”, con lo cual privaron de ese derecho a todos los demás.
( publicado en el periódico Página 12 del 14/10/2003 )
Por Leonardo Moledo
Dos días después del 12 de octubre, que todavía lleva el repugnante nombre de “Día de la Raza” (¿de qué “raza”?, ¿de la raza española y “civilizadora”?) conviene recordar algunas fechas.
Año 1000.En el verano del año 986, el navegante vikingo Bjarni Herjolfsson, que viajaba de Islandia a Groenlandia, fue envuelto por la niebla y perdió la orientación, hasta que al fin avistó “una tierra llana y cubierta de bosques”: fue la primera mirada que un europeo dirigió al continente americano. Catorce años después, Leif Eriksson, hijo de Eric el Rojo, se embarcó para encontrar la tierra de Bjarni y, tras navegar hacia el oeste, se topó con un paraje atractivo para invernar al que llamó “Vinland” o “tierra del vino” debido a la abundancia de uvas. Ese fue el primer desembarco europeo en América. Poco después, se estableció una colonia, que no prosperó más allá del año 1020, cuando los conflictos con los “skraelings” (nativos, indios o esquimales) y los problemas internos obligaron a levantarla. La colonización quedó en el olvido y no hubo más viajes vikingos a América.
1492. Colón inicia su viaje hacia las Indias, después de haber manipulado los datos hasta llegar a la conclusión de que la distancia entre Europa y Japón era de unos 4500 kilómetros (en realidad es de 19.500). Sólo la suerte evita que se pierda en el mar.
1492. 12 de octubre (por la mañana) Desembarca y toma posesión de todas esas tierras “descubiertas”, donde vivían alrededor de 90 millones de personas que por lo visto no habían descubierto el territorio en el que vivían. América había estado habitada desde hacía por lo menos doce mil años.
1492. 12 de octubre (por la noche)
Colón escribe en su diario que los nativos que lo habían recibido les habían traído toda clase de regalos, eran amables y “buenos para servir”. 1492. 14 de octubre. Colón escribe nuevamente en su diario: “hice tomar siete para les llevar y aprender nuestra lengua y volverlos, salvo que vuestras Majestades dispongan todos llevar a Castilla, o tenerlos en la misma isla cautivos, porque con 50 hombres los tendrá todos sojuzgados y les hará hacer todo lo que quisiese”.
1498. Colón emprende su tercer viaje. Emperrado en que las tierras a las que llegó eran las Indias, sus habitantes serán llamados en consecuencia “indios”, las Leyes de Indias, y así siguiendo.
1502. El humanista florentino Américo Vespucio, navegando las costas americanas (que todavía no se llamaban así) comprende que se trata de un nuevo continente. Naturalmente, no tenía nada de nuevo. Se había formado al mismo tiempo que todos los demás.
1507 Martin Waldseemüller (1470-1518), un clérigo alemán, publica un pequeño volumen geográfico de 103 páginas titulado Cosmographiae Introductio, que además de los principios generales de la geografía ofrece una novedad sensacional: “Ha sido descubierta una cuarta parte del mundo por Américo Vespucio. Puesto que Europa y Asia recibieron nombres de mujeres, no veo ninguna razón para no llamar a esta parte del mundo la tierra de Américo o América, por su descubridor, un hombre de gran talento”. El libro se hizo muy popular y el nuevo nombre América prendió. Cuando Waldseemüller se enteró de que Vespucio no había sido el verdadero “descubridor”, ya era tarde.
1550. En julio el emperador Carlos V convoca a una reunión de teólogos y consejeros para decidir sobre la condición humana de los indios. El primer día el doctor Juan Ginés de Sepúlveda, erudito humanista que sostenía que era justo luchar contra los indios y esclavizarlos, resume su posición: “Del mismo modo que los niños son inferiores a los adultos, las mujeres a los hombres y los monos a los seres humanos, los indios son naturalmente inferiores a los españoles (...) ¿Cómo podemos dudar de que esas gentestan bárbaras, contaminadas con tantas impiedades y obscenidades, han sido justamente conquistadas por un rey excelente, piadoso y justísimo?”. Le contesta Bartolomé de Las Casas. El consejo no llega a ninguna conclusión. 1566. Muere Bartolomé de Las Casas a los 92 años de edad, y deja instrucciones de que su Historia Completa de Indias no se publique hasta pasados 40 años de su muerte, “para que si Dios decide destruir España, se sepa que es a causa de la destrucción que hemos llevado a cabo en las Indias y su justa razón para hacerlo se manifieste claramente”.
1642. Se calcula que en los primeros 150 años de colonia, de los 70 millones de habitantes que tenía el continente, la población se había reducido a la décima parte; espada, viruela, sífilis, trabajos forzosos y hogueras. Esto significa quinientos mil muertos por año, mil muertos por día durante 150 años. En esos 150 años se enviaron a España, según las cifras oficiales, 185 mil kilos de oro y 17 millones de kilos de plata pura.
2003. La verdad es que todo en relación al continente americano está rodeado por la confusión: fueron los vikingos y no Colón los primeros europeos en llegar a estas costas. Colón llegó, pero nunca comprendió que había llegado. Los nativos fueron llamados indios por la India. Por error, el nuevo continente lleva el nombre de Américo Vespucio, que no lo “descubrió”. Pero el nuevo continente no era nuevo sino para quienes no vivían en él, y en consecuencia no podía ser “descubierto” por nadie. La gesta civilizadora y “evangelizadora” no fue más que una conquista sangrienta, un genocidio, e implicó la esclavización en masa. Y como si fuera poco, a esta confusión de nombres y de calificativos los habitantes del país dominante del continente (y ahora del mundo), se apropiaron del gentilicio, llamándose (y siendo llamados) “americanos”, con lo cual privaron de ese derecho a todos los demás.
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