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lunes, septiembre 29, 2003

Nuestro país, nuestra ciudad

Pensar en un mejor país no es tarea fácil, exige un gran protagonismo, un compromiso inquebrantable y un quehacer cotidiano, en cada lugar, en cada esquina, en cada puesto de trabajo, en los hospitales y los mercados, escuchando la radio y viendo televisión. Eligiendo un camino entre las calles sin salida que nos invitan a transitar los espejos de colores de lo innecesario, fútil y falso. Debemos volver a los espacios solidarios de los que nos han alejado esas leyes de mercado, que solo obedecen a los que manejan los instrumentos del poder. El mejor no es el mejor dotado socialmente, sino el que ganó, el más poderoso.
Debemos contribuir a crear espacios de discusión abiertos, no solo para difundir nuestras razones, sino para compartir propuestas de solución equitativas a los problemas que enfrentamos como cuerpo social. Debemos defender los derechos de todos.
Nacer da derechos naturales y jurídicos. Naturales como el derecho a vivir, crecer, alimentarse, amar y morir con dignidad. Jurídicos, porque el hecho de ser persona, nos faculta a vivir en igualdad con nuestros semejantes, por ello es que debemos luchar por su vigencia. Las leyes economicistas, solo habilitan al que tiene la sartén por el mango, y el mango también. Luchar por un país más justo, donde los jubilados tengan el respeto y los recursos para disfrutar de un bién merecido descanso, en donde nuestros hijos puedan estudiar en escuelas dignas, con docentes que gocen del privilegio de enseñar, en donde las mujeres puedan soñar con el hijo que desean y cuando llega, poder darle no solo cariño sino todo lo que un niño precisa para crecer y vivir en sociedad. Pero esta posibilidad no es un don del cielo, sino un objetivo compartido por todo el cuerpo social. Hay que ganarlo con la tarea pequeña y a la vez grandiosa del trabajo y el protagonismo.