Entradas populares

miércoles, noviembre 26, 2003

RECORDANDO a Manuel y Paloma
PALOMA
Que te pasó Paloma
por qué volviste a la luz.
Has dejado pocos grititos,
algunas sonrisas.

Paloma Anahí, reina de las
nenas chiquitas...pero te fuiste.
Quizás, porque no era tu tiempo...
ni tu reino...ni tu mundo.

Saboreaste el amor de dos chicos
como vos, que te invitaron a vivir.
Por todo eso, les diste el tiempo
de tu vidita y el recuerdo eterno.

Seguro volverás...
con otras risas y besos,
con histerias de adolescente...
con fuerzas para llamar a otras vidas.
-----------------------------------------------
MANU
Canto a tu sublime adolescencia
rimo en estas notas mi amor a vos,
eres un gran enjambre de tiernos días
vírgenes en mi vida, fueron mi muchachito.

Eres el primer fuego que encendí al mundo
vida que me dio vida en lo más profundo,
vive sigue creciendo llama encendida
dale toda esa luz a la lejanía.

Somos parte del mundo que corre presto
junto a otros peñones que son tan nuestros,
vamos a darle al mundo todo el silencio
nadie debe vivir nuetro gran momento.
Osvaldo Marengo

martes, noviembre 25, 2003

1816, Tarabuco: Juana Azurduy
Instruída en catecismos, nacida para monja de convento en Chuquisaca, es teniente coronel de los ejércitos guerrilleros de la independencia. De sus cuatro hijos sólo vive el que fue parido en plena batalla, entre truenos de caballos y cañones; y la cabeza del marido está clavada en lo alto de una pica española.
Juana cabalga en las montañas, al frente de los hombres. Su chal celeste flamea a los vientos. Un puño estruja las riendas y el otro parte cuellos con la espada.
Todo lo que come se convierte en valentía. Los indios no la llaman Juana. La llaman Pachamama, la llaman Tierra.
* de Eduardo Galeano.- "Memoria del fuego/Las caras y las máscaras"
Tomado del libro Mujeres de Eduardo Galeano/Biblioteca Página/12
1935. Buenos Aires: Evita
Parece una flaquita del montón, paliducha, desteñida, ni fea ni linda, que usa ropa de segunda mano y repite sin chistar las rutinas de la pobreza. Como todas vive prendida a los novelones de la radio, los domingos va al cine y sueña con ser Norma Shearer y todas las tardecitas, en la estación del pueblo, mira pasar el tren hacia Buenos Aires. Pero Eva Duarte está harta. Ha cumplido quince años y está harta: trepa al tren y se larga.
Esta chiquilina no tiene nada. No tiene padre ni dinero; no es dueña de ninguna cosa. Ni siquiera tiene una memoria que la ayude. Desde que nació en el pueblo de Los Toldos, hija de madre soltera, fue condenada a la humillación. y ahora es una nadie entre los miles de nadies que los trenes vuelcan cada día sobre Buenos Aires, multitud de provincianos de pelo chuzo y piel morena, obreros y sirvientas que entran en la boca de la ciudad y son por ella devorados; durante la semana Buenos Aires los mastica y los domingos escupe los pedazos.
A los pies de la gran mole arrogante, altas cumbres de cemento. Evita se paraliza. El pánico no la deja hacer otra cosa que estrujarse las manos rojas de frío, y llorar. Después se traga las lágrimas, aprieta los dientes, agarra fuerte la valija de cartón y se hunde en la ciudad.
* de Eduardo Galeano.- "Memoria del fuego/El siglo del viento"
Tomado del libro Mujeres de Eduardo Galeano/Biblioteca Página/12
1681. Ciudad de México:
Juana a los treinta
Después de rezar los maitines y los laudes, pone a bailar un trompo en la harina y estudia los círculos que el trompo dibuja. Investiga el agua y la luz, el aire y las cosas. Por qué el huevo se une en el aceite y se despedaza en el almibar? En triángulos de alfileres, busca el anillo de Salomón. Con un ojo pegado al telescopio, caza estrellas.
La han amenazado con la Inquisición y le han prohibido abrir los libros, pero sor Juana Inés de la Cruz estudia en las cosas que Dios creó, sirviéndome ellas de letras y de libro toda esa máquina universal.
Entre el amor divino y el amor humano, entre los quince misterios del rosario que le cuelga al cuello y los enigmas del mundo, se debate sor Juana; y muchas veces pasa en blanco, orando, escribiendo, cuando recomienza en sus adentros la guerra inacabable entre la pasión y la razón. Al cabo de cada batalla, la primera luz del día entra en su celda del convento de las jerónimas y a sor Juana le ayuda recordar lo que dijo Lupercio Leonardo, aquello de que bién se puede filosofar y aderezar la cena. Ella crea poemas en la mesa y en la cocina hojaldres; letras y delicias para regalar, músicas del arpa de David sanando a Saúl y sanando también a David, alegrías del alma y de la boca condenadas por los abogados del dolor.
Sólo el sufrimiento te harádigna de Dios - le dice el confesor, y le ordena quemar lo que escribe, ignorar lo que sabe y no ver lo que mira.
* de Eduardo Galeano.- "Memoria del fuego/Los nacimientos"
Tomado del libro Mujeres de Eduardo Galeano/Biblioteca Página/12

viernes, noviembre 21, 2003

Pacto de lobos

LA película francesa Pacto de lobos, dirigida por Christophe Gans, estrenada hace poco entre nosotros, actualiza el inquietante misterio de “la Bestia del Gévaudan”. Este caso fenomenal, una de las masacres más graves atribuidas a una fiera cebada, requiere especial referencia. Entre 1764 y 1767, un extraño animal desoló la boscosa y escarpada región del Gévaudan, en Auvernia, en el sur de Francia. Sus víctimas mortales, más las heridas y mutiladas, se cuentan por centenares. ¿Doscientas, cuatrocientas? La leyenda ha desbordado cualquier realidad, pero ciertamente fueron años luctuosos. Las gentes, aterradas, casi no salían de sus casas. Los sembrados quedaron a la buena de Dios. La Bestia, de extraña apariencia, no conocía horario nocturno ni diurno, y circulaba a piacere por cualquier lugar, incluso dentro de los pueblos. La oyeron reír y hablar bajo los balcones. Un palurdo asistió a su transformación, de hombre a fiera.
.
Luis XV envió a sus propios tenientes de montería, como el gran Martin Denneval y Antoine de Beauterne, y sucesivos regimientos de dragones, que contribuyeron prolijamente al desconcierto general, pues acosaban a las damas, manducaban las viandas, sorbían los vinos, jamás pagaban sus cuentas... Y la Bestia, tan campante. Se organizaron vanamente batidas de hasta 40.000 hombres y cientos de perros. Tras dos inútiles días agotadores, la ubicua Bestia reaparecía para depredar en otro lugar, como guiada por una inteligencia humana.
.
El terreno anfractuoso y umbrío dificultaba toda persecución. Algunas veces la corrieron a caballo, pero de pronto salvaba un obstáculo inverosímil con agilidad suprema. Tras uno de tales saltos, sus perseguidores la oyeron decir: “No estuvo mal, para mis ochenta años”. Las balas no la penetraban. Nunca tocaba los cebos envenenados. Sus conductas eran arbitrarias y desconcertantes: escogió a un campesino para jugar, lo atacaba sin herirlo, y el otro aceptó el reto: luchaban con frecuencia, a ver quién derribaba a quién, sin ningún daño ni mala intención.
.
Pero podía decapitar con limpieza, lo que ningún lobo es capaz de hacer. Glotoneaba con la carne de los niños; hubo alguno del cual casi no quedó qué enterrar cristianamente... apenas un pie.
.
El desconcertado debate alcanza a la zoología. Para muchos, la Bestia era un lobo, pero los auverneses los conocen bien, y aunque testigos sobrevivientes señalaban ciertas coincidencias anatómicas, también había grandes diferencias en conductas y apariencia. Se pensó en un glotón –que algunos quedaban aún en Suiza–, en una hiena, una leona, un gorila, escapados de algún circo trashumante. Pero el cadáver del monstruo, cuando al fin lo hubo, fue enviado a París morosamente y en pleno verano, de modo que Luis XV ordenó sepultar esa carroña casi sin mirarla y sin que Bouffon o algún otro zoólogo pudiese dictaminar.
.
En las batidas murió cantidad de lobos inocentes, como el enorme que cazó M. Antoine de Beauterne, el más grande de que haya cuenta: ¡pesaba ochenta kilos!
.
La Bestia caería finalmente: si bien las balas romas y mochas de la época no la penetraban, por caso llegaron a aturdirla y aun derribarla incidentalmente. Y una valerosa joven pudo herirla con una bayoneta. ¡Sangraba, pues, no era invulnerable!
.
Un viejo huraño y sombrío, Jean Chastel, con fama de brujo, había concebido un redentor afecto de abuelo por cierta Marie Denty, deliciosa niña de doce años (¿como Caperucita?). Cuando la Bestia la destrozó, Chastel, rencoroso, participó en una batida y, al correr el animal en línea recta hacia él, lo mató fácilmente de un disparo. Era el 19 de junio de 1767, día de alivio para los crispados nervios de los franceses.
.
Así concluyó sus andanzas ese engendro, uno de los más letales en la historia de los devoradores de hombres. Y se abrió paso a la leyenda, decenas de libros científicos o no tanto, novelas, obras de teatro, ahora la película...
.
Guerra psicológica y zoológica
.
.
Todavía en 1889, el abate Pourcher, en un libro que documenta con rigor cada ataque, sostiene que la Bestia era el Demonio mismo, o al menos su enviado para castigar a la región “por la supresión de la fiesta de San Severino y el abandono de la liturgia romana”. También se creyó que agentes ingleses, para desestabilizar a Francia, habían soltado al fenómeno. Una guerra psicológica y zoológica, ya que no bacteriológica.
.
El misterio, aún no develado totalmente, parece sin embargo iluminarse con esta tesis, expresada por Michel Louis, director del Zoológico de Amenville: Chastel y su hijo eran los dueños del animal, quizás un perro alano, cruza de lobo, raro por su traza, su ferocidad y su condición de antropófago. Un disoluto noble de provincia, quizás el conde Jean-François de Morangiès, que tuvo mal fin, habría constituido con los Chastel cierta oscura sociedad sádica. Protegían a la fiera con una coraza de grueso cuero de jabalí, que la defendía de los tiros; la apartaban de trampas y venenos, la encerraban mientras se batían valles y montañas. Reían y cuchicheaban bajo los balcones, dramatizaban alguna transformación. Cuando la Bestia, progresivamente incontrolable, atacó a Marie Denty, Jean Chastel comprendió que el juego terminaba. Se apostó oportunamente, su hijo retiró la coraza al monstruo y lo soltó, para que corriese directamente hacia su dueño. Y hacia la muerte.
.
Los Chastel se acercaron a la Iglesia y rectificaron sus protervas vidas sospechosas.
.
De tal modo concluyó la sórdida historia que perjudicó la ya desastrosa fama de los lobos. Dijo Plauto –y lo repitió Hobbes–, que el hombre es lobo del hombre. No se merecían comparación tan injusta estos maravillosos animales, inteligentes, bellos, fuertes, solidarios, familieros... y además dotados de talento infalible para reconocer como jefe, siempre, al más apto. ¿Aprenderemos de ellos?

El autor es rector del Colegio Nacional de Buenos Aires.

martes, noviembre 18, 2003

Un grande,
Mario Benedetti

Todos sabemos que nada ni nadie
habrá de ahorrarnos el final
sin embargo hay que vivir
como si fuesemos inmortales.
 
Sabemos que los caballos y los perros
tienen las patas sobre la tierra
pero no es descabellado que en una nochebuena
se lancen a volar.
 
Sabemos que en una esquina no rosada
aguarda el ultimátum de la envidia
pero en definitiva será el tiempo
el que diga dónde es dónde
y quién es quién.
 
Sabemos que tras cada victoria el enemigo regresa
buscando más triunfos
y que volveremos a ser inexorablemente derrotados
vale decir que venceremos.
 
Sabemos que el odio viene lleno de imposturas
pero que las va a perder antes del diluvio
o despúes del carnaval
sabemos que el hambre está desnuda
desde hace siglos
pero también que los saciados
responderán por los hambrientos.
 
Sabemos que la melancolía es un resplandor
y solo eso
pero a los melancólicos nadie les quita lo bailado
sabemos que los bondadosos instalan cerrojos de seguridad
pero la bondad suele escaparse por los tejados
sabemos que los decididores
deciden como locos o miserables
y que mañana o pasado alguién decidirá que no decidan.
 
Sintetizando:
Todos sabemos que nada ni nadie
habrá de ahorranos el final
pero así y todo
hay que vivir
como si fuéramos inmortales!!
 

viernes, noviembre 07, 2003

Una noche y hace años.....

Recuerdo que me dirigía a mi casa, volvía de San Martín, cuando el motor del Volswagen empezó a fallar con el clásico tironeo de quedarse sin nafta. Y era eso no más, un pequeño contratiempo cuando se tiene una estación de servicio a mano. Pero este no era mi caso, me quedé en pleno Barrio Saavedra y el surtidor mas cercano se encontraba a 15 cuadras. O sea que no lo pense mucho, saqué el bidón del baúl, me subí las solapas del saco y comencé a caminar en busca del
“ vital “ elemento. Cuando volvía pasé por un kiosko que vendía panchos y aproveche para comerme uno acompañado de una gaseosa, demasiado fría para la temperatura ambiente.
Caminaba por la calle Burela en dirección al Parque Sarmiento, serían las 22 horas. Esa zona, en el mismo horario pero a fines de la primavera o en verano, se destaca de la mayoría de loa barrios porteños, pues es normal ver a los vecinos sentados con sus sillas en la vereda, compartiendo charlas y en muchos casos el infaltable mate. Chicos jugando a las escondidas, abuelas hablando sobre las últimas novedades de la novela de moda. Barritas de adolescentes charlando y jugando de manos como pequeños cachorros. Más como les contaba, estábamos en pleno y frío invierno. O sea que no sólo el clima había cambiado, sino también las costumbres de la gente.
La calle estaba desierta, sólo, acompañado por los autos estacionados, los añosos árboles, las bolsas de basura en su paciente espera del recolector, en fin, no me sentía para nada tranquilo. Seguí mi camino al parque, un predio de varias hectáreas, realmente hermoso. – Cruzaba la calle Crisólogo Larralde y ya me internaba por Andonaegui, que linda con el parque, cuando sentí una gran exitación, como una ansiedad extrema. Me asuste, creí no poder soportar esa gran tensión, más súbitamente, me sentí mejor. Atiné en volver a casa, más me pregunté porque hacer tal cosa, ese autocuestionamiento dió resultado y seguí caminando. Me detuve a escasos 50 metros y me senté en un pilar, al pie de la verja perimetral del parque, a descansar y meditar sobre lo que me había sucedido. Pensé en un infarto o algo por el estilo, quizás la presión, aunque lo descartaba pues siempre me jacté de tener la ideal. Estaba preocupado, abonaba mi temor el sentirme tan solo en ese lugar desierto Más de a poco me fuí serenando; oré a Dios, con dudas de que me escuchara por hacerlo solamente en momentos críticos. Ya me incorporaba para seguir mi camino, cuando comencé a transpirar en forma impresionante, un líquido caliente, de un color verde intenso practicamente me brotaba descontroladamente. Mis manos se crispaban y se aflojaban sistemáticamente, perdí el control de mi cuerpo, me desplomaba y me levantaba a una velocidad enorme, giraba sobre un punto y caía pesadamente. De golpe me quedaba quieto, ahí notaba la sangre que manaba de pequeñas pero profundas heridas que parecían hechas con un fino estilete. De pronto oí una seca explosión y ví como el bidón con nafta volaba por el aire y se estrellaba en el pavimento e inmediatamente comenzó a arder. Desde el piso observé a esa llama enorme convertirse en pocos segundos en una luz clara y verdosa para rápidamente transformarse en una enorme burbuja centellante y transparente, de tamaño como para contener a diez hombres robustos. Se fue acercando a mí con unos violentos chisporroteos que me enceguecieron. En segundos o minutos pues no podría dar seguridad del tiempo transcurrido, sentí una paz y un bienestar nunca antes vivido. Sabía sin verlo que estaba dentro de ella. No tenía la más mínima idea de que era o quien era y en ese caso, que pretendían de mí, más les aseguro que en ese momento mi sentimiento hacia esa cosa, hoy lo comparo con lo mismo que un bebe experimenta en el regazo de su madre. Me sentía bien después de tanto sufrimiento, gozaba de ese momento y quería que así fuese por siempre. Estaba embriagado de placer, sólo guardaba en mí un difuso recuerdo de esos instantes de terror.
Seguía acostado en el piso cuando recibí la orden de levantarme, sin saber de donde provenía lo hice rápidamente sin ningún temor. Era otra perspectiva la que tenía mi recobrada visión, predominaban los colores claros pero profundos, supuse estar en otra dimensión. No veía objetos concretos, solo colores claros y nubosos. Incesantemente pasaban rozándome estelas de energía en distintas direcciones. Me llamaba la atención que no parecían cruzarse ni atravesarse, como si estuvieran programadas con exactitud. Eran de colores brillantes y formas diversas, más se destacaban por su irrupción centellante. Pensaba entonces que yo fuese algo similar, más al ver mis manos , mis pies comprobé que no había ningún cambio. Comencé a recuperar la conciencia y traté de encontrar una explicación de lo que estaba sucediendo. Resolví salir de ese lugar que a esa altura ya no era de mi agrado, entonces salté como quien salta al vacío, lo hice con decisión pero con mucho miedo. Parecía una caída eterna, sentía como si vagase en el espacio, ya no más energía viva y centellante ni colores claros y profundos, solo obscuridad. Estaba resignado pero atento a todo. De repente una luz blanca y pálida me hizo abrir los ojos, miré a mi alrededor y noté un espacio pequeño. Dos hombres sentados a mi lado me observaban con signos de preocupación, uno de ellos apoyó su mano en mi frente, casi paternalmente me dijo – Estás bien, quedate tranquilo.—Le sonreí y hablamos unas pocas palabras hasta llegar a un hospital. Allí me ubicaron en una habitación. Mas tarde llegaron mis familiares y algunos amigos. Indudablemente había tenido un problema de salud.
--El médico dijo que te quedarás 48 horas en observación, --acoto mi madre. Después de unos minutos todos se fueron para volver al otro día. A última hora pasó la ronda médica, me revisaron y se retiraron dándome las buenas noches. Fue en ese instante que algo me llamó la atención, cuando se iban los médicos y el enfermero, noté que los tres dejaban una estela de color verdoso pálido con destellos centellantes. Abrí y cerré los ojos varias veces para ver si estaba soñando. Me persigné y me acomodé para dormir y esperar al otro día, pues vendrían a verme mis familiares.
por Osvaldo Marengo